Archivo de la etiqueta: Fantasmas

Todo es pasado

Un anciano descansa a los pies del árbol, el río corre entre sus pies y el aire agita sus pensamientos.

Parece que no está en su cuerpo.

A lo lejos parece una estatua triste, solo iluminada por los destellos del sol sobre el agua.

Todo es dorado, todo es pasado.

Su mirada se encuentra perdida en algún lugar dentro de su cabeza, en algún momento donde él pudo detener el tiempo.

Y recuerda.

Yo le miraba desde lejos, entre el olor a humo y flores, sin que él supiera que a mí también me había detenido el tiempo.

-Silencio, no le puedo escuchar.-

Y como él, yo también miré a sus recuerdos. Solo oía mi propia respiración, e imaginé, y le vi allí.

El tiempo no solo le robó personas, caricias o deseos, también le mantiene condenado como la estatua que es hoy, sin poder huir.

Gris.

Él sigue esperando lo que sabe que va a llegar. Él sigue cayendo donde hace años fue feliz, y se queda a vivir allí, mirando, recordando.

No le dejen de mirar, de sentir que está ahí, o desaparecerá del todo.

 

 

 

 

 

 

 

 


En blanco

Sigo aquí, en medio de todo sin que se me ocurra nada, mirando el vacío desbordarse por mis dedos, mirando el blanco invadiendo mis deseos.

No escribir es como callar lo que quieres decir, conteniéndote, ser el  dique que quiere explotar porque está seco, aguantando el empujón del quiero, resistiendo el impulso de gritar, pero otra vez nada, y así hasta llenarlo todo.

Están ahí, estoy aquí, son las palabras las que no llegan.

¿O soy yo el que no las alcanzo?

Lo malo de no escribir será cuando los personajes se acostumbren a estar callados y no quieran decir más porque olvidaron de dónde vienen, qué hacen aquí, quién soy yo.

Arrugar un papel tras otro hasta sentir que eres tú el que se arruga, se agrieta hasta que no eres nada, y eso es todo porque no sé ser si no es escribiendo.

Otra noche contigo, blanco, otra vez oscureciendo todo, dejándome sin nada, y otra vez no sé que decirte, no me dejas ver, me robaste las palabras.

Hasta el próximo color.


Experiencia


Abrió los ojos y miró a su lado. Lo encontró tendido, dormido, desnudo e indefenso. Le observó detenidamente como sólo puede mirar una persona que te conoce hasta las entrañas, le sintió lejano, en los pocos centímetros que les separaba se había instalado un frío glaciar. Comenzó a tocar su piel con la punta de los dedos sin sentir nada. En su interior una pregunta que hacía mucho tiempo se le repetía:

-¿Por qué sigues aquí?

Era como si la voz de su niño interior le avisara de algo que nunca quiso oír. Él sabía que no lo quería, pero quería quererlo, la experiencia adquirida a lo largo de dolorosas relaciones le afirmaba que eso no era posible, con querer no es suficiente.

No quería hacerle daño, sabia que lo estaba haciendo daño. La persona que dormía junto a él si lo quería, tanto que a él lo atemorizaba, lo paralizaba, lo dejaba en blanco.


¿Amor?

 

Lento y humillado camina de rodillas, mostrando su piel, sus entrañas, desnudando sueños y miedos. El amor ha convertido su vida en una constante penitencia, un paso doloroso de Semana Santa. En silencio, entre la oscuridad, camina tras el ser amado, que lo ignora, lo castiga. Cabeza gacha, la mirada ciega, sólo dentro la imagen de su amado, de su verdugo, nada más lo rodea, sólo puede ver sus pies que le indican el camino. Cada paso, cada huella se convierte en una llaga que lacera su piel, sus recuerdos. En cada silencio deja un trozo de él, convirtiéndose en el perfecto amante, el que no respira, el que ya no mira, en nadie. Sólo es de aquel que lo va borrando. Una pertenencia, un laberinto del que no puede huir, del que no quiere escapar.


Habla la estatua

Hablaba de grietas, abismos y vacíos. Describía enredados laberintos, oscuros, salvajes, de los que no se podía salir. Se hacía dueño de soledades inventadas, silencios eternos. Caminaba sobre recuerdos afilados y sangraba anhelos. Envolvía todas sus letras con densa niebla para que nadie las descifrara. La oscuridad alimentaba sus mañanas y mecía sus insomnios. Volaba entre metáforas y libros abandonados. Soñaba regalar gritos, recibir caricias, danzar con los versos y acostarse con sus desvelos. Escribía, soñaba, hablaba y hablaba, tanto, que olvidó sentir, ser, existir. Quieto. Ahora sólo sabe escribir sobre la arena que cubre su cuerpo. Eterna estatua de lamentos.